La enseñanza que deja huella no
es
La que se hace de cabeza a cabeza,
Sino
de corazón a corazón
… Así que eliges 2º A, no sabes la que te espera
Fanny. Esas fueron las
palabras de la coordinadora académica cuando elegí al grupo A para realizar mis
prácticas. Nerviosa le respondí que no había problema, podía con eso y más
aunque en el fondo las piernas me temblaban y las manos no me paraban de sudar.
Ambas reímos e inmediatamente me llevó a conocer el grupo seleccionado. Cuando me paré frente a ellos me quedé
anonadada. Podía sentir como las palabras atravesaban mis cuerdas bucales,
llegaban hasta mis labios, pero no podía aglutinar ningún sonido.
Todos los estudiantes
gritaban, corrían, se empujaban, algunos forcejeaban y se decían palabras
altisonantes, por todo el salón podía ver bolas de papel volando. Insegura y
con el corazón a punto de estallar, volteé a ver a una de mis compañeras de
jornada: -Karen, yo no puedo hacer esto,
tengo miedo están como locos-. Mi
vista regresó al salón de clases, observaba detalladamente a cada estudiante,
cuando de pronto mis ojos se postraron sobre un alumno, parecía muy callado,
volteaba a ver a todos, con dificultad se paró de su silla, caminó lentamente
hacia a mí y me saludó. Rapidamente pude notar que tenía serios problemas
psicomotrices y algunos más de lenguaje.
Quizá fue en ese
momento cuando me di cuenta que debía quedarme, ese era mi lugar, y de alguna u
otra manera sería capaz de marcar una diferencia, independientemente del
panorama desalentador que había observado, y la diversidad de comentarios
surgidos alrededor del comportamiento de los alumnos.
Ya lo refería
Levinson Bradley (2000) los grupos van adquiriendo características y
reputaciones propias. Eso es inevitable, es la marca oficial de cada salón de
clases, por lo cual lo único que había que hacer en ese momento era evitar todo tipo de prejuicios, los cuales sabía
podían llegar a afectar mi desempeño dentro del aula. Aunque a decir verdad,
esta nueva práctica que se me estaba presentando, sería bastante distinta a mi
experiencia pasada.
Cada jornada es única e irrepetible, con las cuales
puedo reflexionar y darme cuenta que aspectos pulir con detenimiento. Por lo que analizar la práctica del semestre
pasado, me ayuda a poner sobre una balanza mis avances, problemáticas surgidas,
similitudes entre estas y posibles soluciones, ya que aunque trabaje con una diversidad de alumnos que están
marcados por un contexto social distinto y,
un sistema de representaciones único, en cada práctica seguiré
encontrándome con jóvenes faltos de motivación, que necesitan saber que son
importantes en las decisión y rumbos que tomen las clases.
Además, ya los
afirma Hans Aebli (1998),
las características de los alumnos no son rasgos fijos, sino en parte también
reacciones ante un comportamiento docente determinado. Y esta cita es la que me ha acompañado desde
la jornada pasada, probablemente es la que me motiva para darme cuenta que como
profesora puedo marcar la diferencia entre el intento de enseñanza y la buena
enseñanza.
Nunca olvido que para cada acción hay una
reacción. Si los alumnos se enfrentan con situaciones en las que los maestros
se muestren herméticos y reacios al cambio, sometiéndolos a las mismas
actividades tradicionalistas, es comprensible la reacción de estos a actuar de
una manera áspera e incluso desinteresada. Por lo que desde la jornada pasada
comprobé que como docente debo ser consiente que mi actitud y acciones en el aula, determinarán el comportamiento de
mis niños.
Con
esto en mente al menos tenía asegurado un sesenta por ciento de éxito en mi
clase. Sin embargo, la experiencia pasada debería serme de ayuda en esta nueva
contienda. Y así fue, ya que nunca olvidaré como se me puntualizó con
anterioridad el uso de mis expresiones faciales. Por lo que esta vez haría uso de mi rostro y
cuerpo como un apoyo visual más para la clase.
Y
estaba lista, el día llegó, a decir verdad sentía una gran emoción y estaba
dispuesta a dar lo mejor de mí. Antes de entrar al salón de clases, respiré y
me olvidé de todos los comentarios que me habían aseverado respecto al
comportamiento de los niños, además eliminé de mi mente las imágenes de mi
primer encuentro con ellos, las cuales me habían causado a un inicio tanto
pánico.
La
primera actividad que realicé fue la explicación de reglas de la clase, de alguna manera debería
hacerles saber que para trabajar en armonía deberían llevarlas a cabo durante
cada sesión. Además de esto les dije de qué manera funcionaría la llamada Wall
chart. Recurrí al uso de esta tabla de participación como un estímulo para
los alumnos. Fullan Michael (2002) explicaba como el profesorado recurre cada
vez menos al estímulo y el apoyo al aprendizaje. Eso es definitivamente algo
que de alguna manera es necesario cambiar como docente y nada mejor que
comenzar desde las prácticas.
Varias
veces aclaré el funcionamiento de esta
tabla, y después quise comprobar que se había comprendido el uso de ésta mediante
preguntas dirigidas. Aunque esto no haya sido una actividad de warm up me ayudó bastante para romper la
tensión en el salón y establecer lazos de confianza entre los niños. Con esto pude percibir una atmósfera distinta,
en la que todo tipo de rigidez se transfiguraba en equilibrio.
Inmediatamente
comencé con mi segunda actividad, la cual era presentarles un texto situado
dentro de un contexto. Ya pegada la
conversación en el pizarrón le di lectura. Al finalizar pedí a dos alumnos que
me ayudaran a leer. Con esto me di cuenta que tienen bastantes dificultades con
la pronunciación, incluso con aquellas palabras que se pueden considerar
básicas del idioma como hi, o thank you. Esto era algo que no podía pasa
por alto, así que les hice compañía en la lectura corrigiéndoles la
pronunciación. Lo hice tomando en cuenta la siguiente cita de Zabala Antoni
(2000), Saber que ayuda requieren, y fijar la valoración apropiada para cada
uno de ellos a fin de que se sientan animados a esforzarse en su trabajo. No
sólo me interesaba escucharlos comunicarse, sino que para mí es de gran
importancia que desde un principio lo hagan de la manera correcta, si desde que
comienzan a comunicarse en un segundo idioma se corrigen ciertos vicios de
pronunciación, poco a poco se les
facilitara la apropiación del idioma.
Alumno: - Aam teacher es que yo
no se leer-
Teacher: -You
can do it I will help you-
Alumno: - <ji jo are yu>
Teacher: Ok repeat with me, < jai, jao ar yu >
Hasta este punto podía observar una actitud de
respeto y confianza, parecían muy atentos y utilizaban sin ningún problema la
tabla de participación. No quería perder ni un momento su atención por lo que
inmediatamente continúe con la siguiente actividad. Les enseñaría a utilizar la
gramática implícita. Conforme comencé a pegar el material en el pizarrón, los
alumnos se mostraban aún más interesados y ansiosos por participar en la
clase.
Fullan
Michael (2002), sólo una pequeña proporción del alumnado está implicado en un
aprendizaje. No quería que esto
ocurriera, aunque en ocasiones es inevitable, sin embargo, traté de mantener la
atención de todos los alumnos e involucrarlos en las actividades. La manera en
la que lo hice fue la siguiente: le lanzaba una pelota a uno de los alumnos, él
tenía que pasar al pizarrón, hacer uso de algunas imágenes y escribir una
oración, al finalizarla yo le preguntaba a toda la clase, si estaba correcto o
no, después volvía a arrojar la pelota a otra alumno y se cumplía con la misma
rutina. De esta manera logré implicar en
el aprendizaje a todos los alumnos, esto además me ayudó para que la atención
no se dispersara mientras sólo un estudiante permanecía al frente.
Estaba
por alcanzar el clímax de la clase, no podía darme el lujo de dejar que todo se
viniera abajo. Llegó un momento en que enganché a mis alumnos de tal forma que
sólo esperaban con ansias la siguiente actividad, así que con ayuda de dos estudiantes,
pegué en el pizarrón la imagen de una casa. Todos la veían con atención, esto
debido a dos factores: el gran tamaño y los colores brillantes.
Expliqué un par de veces las instrucciones, utilicé
mi expresión corporal tanto como fue necesario para darme a entender y, además
confirme las instrucciones con algunos alumnos para darme cuenta si habían
comprendido lo que realizarían. Esta fue una técnica que aprendí en la jornada
pasada, me funcionó bastante bien así
que no dudé en hace uso de ella. Durante el proceso monitoreé la actividad para
resolver dudas, y comprobar que todos hubieran comprendido. El monitoreo es una
buena técnica que me dice dónde se encuentran mis alumnos, a dónde quiero que
lleguen, y si no están en “sintonía” qué puedo hacer para resolverlo.
Antoni
Zavala (2000) La situación de enseñanza aprendizaje también puede considerarse
un proceso encaminado a superar retos, retos que pueden ser abordados y que
hagan avanzar un poco más allá del punto de partida. Finalmente de eso se trataba la última actividad,
ese sería el desafío de mis niños. Quien lo superara avanzaría más allá del
punto de partida. Así que comencé, expliqué de qué manera harían la última
actividad y escribí un ejemplo en el pizarrón, confirmé las instrucciones e inmediatamente
todos se pusieron a escribir en sus cuadernos. Me sentía temerosa por el tiempo
y realmente estaba interesada en escuchar su producción oral, por lo que les hice
saber que tendrían sólo ciertos minutos para poder finalizar
Para
que todos participaran una vez más hice uso de la pelota, pero esta vez dejé que
ellos eligieran al próximo en pasar al frente, además me fui hasta el fondo del
salón de clases, con esto no perdía de vista a los que se sentaban hasta atrás
y además de cierta manera, obligaba al estudiante que estaba en el pizarrón a
que hablara tan fuerte como pudiera para que yo escuchara. Finalmente mis alumnos concluyeron con éxito
la última actividad, lo que los hizo avanzar un poco más allá del punto de
partida.
El
segundo día de clases llegó, me sentía bastante confiada por lo que sólo
esperaba que todos entraran al salón de clases, sin embargo, existieron algunos
factores externos que no fueron de ayuda en el control y manejo de grupo.
Primeramente la mayoría regresaba tarde de la clase de educación física, por lo
que su nivel de excitación se mantenía alto, algunos platicaban, tomaba agua y
comía. Factor número dos: pronto se llegaría la hora del receso, y esto sólo es
indicador de lo siguiente; todos quieren salir al receso, lo único que anhelan
es que la clase termine lo más pronto posible.
Miles
de pensamientos pasaban por mi cabeza, el gritar por todo el salón que
guardaran silencio no sería de mucha ayuda, así que me situé frente a ellos, crucé los brazos,
les volteé a ver y, en voz baja les hice
saber que la clase había comenzado, poco a poco fueron guardando silencio. Había logrado captar su atención, y eso era
un buen comienzo por lo que inmediatamente pasé a un warm up, este era el momento indicado para atraer aún más su
atención y envolverlos completamente en la clase.
Sin
embargo, de mis manos deje caer esa oportunidad, debido a que el warm up que les llevé para nada logró
captar su atención. Eso era sencillo de notar, aunque la mayoría de los alumnos
lo intentaban hacer, en sus rostros se podía observar un tinte de aburrimiento
y apatía. Solamente logré que la atención se comenzara a dispersar.
Reflexionando lo acontecido me di cuenta que una actividad de warm up puede ser como coloquialmente se dice:
un arma de dos filos. Si no se
eligen actividades acordes a los intereses de los alumnos y necesidades de cada
sesión, lo más probable es que su objetivo que es involucrar todos sus sentidos
en la clase, no se logre transfigurándose en todo lo contrario; lo cual es
dispersar su atención y motivación.
Pasé
de inmediato a la siguiente actividad, para captar la atención perdida, comencé
a lanzar preguntas dirigidas sobre el tema de la conversación que iba a leer,
esto por un momento concentró todas las miradas al frente y fue cuando comencé
a leer, no obstante, varias veces tuve que parar ya que debía pedirle a los
alumnos que guardaran silencio. Cuando finalmente terminé dos estudiantes
fueron elegidos para que comenzaran a leer.
Por una parte yo prestaba atención a los alumnos que leían para poder
ayudarles con la pronunciación de ciertas palabras y, por otro lado tenía que mantener al resto
de los alumnos en silencio.
Fue
aquí cuando me di cuenta que el control del grupo estaba saliéndose un poco de
mis manos. Podía ver como al fondo del salón dos alumnas platicaban entre si y
no prestaban interés, me acerqué a ellas y les solicité que guardaran
silencio, además también pude ver que
una alumna mas hacía tarea de otra
materia, sin prestar la mínima atención a lo que ocurría en clase, por lo que
le sugerí que guardara su cuaderno o le sería retirado.
Después
de esto, continúe con la clase, expliqué la gramática implícita, hice algunas
actividades en el pizarrón y retomé nuevamente el control del grupo. La mayoría
de los alumnos querían participar, parecían atentos y emocionados, además se
habían apropiado de la tabla de participación, pues sin ningún problema hacían
uso de esta. En este momento respiré aliviada y comencé a gozar nuevamente de
la clase, me sentía alegre pues parecía que todos comprendían y estaban en
sintonía.
Sin
problemas pasé a lo siguiente; demostré las instrucciones para que trabajaran con
algunas worksheets y por medio de
preguntas comprobé si había quedado claro, sin embargo, a comparación de la
primera clase, esta vez no fue así, por lo que expliqué una vez más, volví a cerciorarme de
la claridad de esto y cuando parecía que habían comprendido, les di tiempo para que
comenzaran a trabajar.
Ahora
bien, durante este lapso existió una actitud que se le puede llamar disruptiva;
todos los alumnos hablaban en voz alta, reían, hacían bromas, pero no dejaban
de responder sus hojas de trabajo.
Monitoreaba los ejercicios de cada alumno de manera individual pues me
interesaba saber que realmente estuvieran comprendiendo lo que hacían, algunos entendían
sin problema alguno, otros más
platicaban por que no habían entendido lo que deberían hacer.
Esto
me llevo a una resolución más, cuando un niño no comprende lo que va hacer, por
obvias razones su atención se dispersa y debe compensar de alguna manera ese
tiempo en el que no hace nada. ¿Cuál es la manera de compensarlo? platicando
con sus compañeros de clase, y esto lleva a que se desencadene una serie de
actitudes que desembocan en la indisciplina.
Evidentemente
eso se comenzaba a salir de control nuevamente, y los agentes principales de
dicha conducta eran dos alumnos que suelen ser los líderes del grupo. El
maestro titular al darse cuenta de eso me dijo lo siguiente; maestra voy a mover a esos dos para atrás,
yo siempre los pongo allá, así no hacen nada pero tampoco molestan a nadie, me
evito problemas y usted también.
Fue
precisamente en ese momento cuando me detuve, observé y tomé una decisión; si
deseaba ser un docente distinto, entonces comenzaría por no delegar a esos
pequeños, que al fin y al cabo están faltos de atención. Gracias maestro pero los moveré de lugar y trabajaré con ellos, sé que
si los mandamos al final del salón no harán nada. En este momento de la
clase pude comprobar la siguiente cita; Fullas Michael (2002), el profesorado
recurre cada vez menos al estímulo y el apoyo al aprendizaje, comprender las
razones y las consecuencias fundamentales de la falta de motivación del
estudiante.
No puedo estar más de acuerdo con este autor. Muchas
veces los maestros llegan a cuestionarse a sí mismos el porqué del desinterés y
falta de motivación de sus alumnos, sin querer darse cuenta que ellos son los
agentes de esta falta de motivación. Por más difícil que sea comprender a un
estudiante y su conjunto de actitudes, el camino más ridículo que un profesor
puede tomar es la comodidad. –si él como
alumno me molesta he impide que trabaje en mi burbuja de comodidad, yo como
maestro lo aparto de los demás-.
Muchas veces el elegir el camino más fácil vuelve profesores que a toda costa luchan por
obtener el premio a la mediocridad. Como
profesional de la educación es mi responsabilidad darme cuenta quien de mis
alumnos requiere ayuda, fijar un valoración apropiada a cada uno de ellos, para
que se sientan animados a esforzarse en su trabajo, que se enteren que son
miembros importantes del salón de clase, tomarlos en cuenta, valorarlos por lo
que pueden hacer y han logrado.
Al final el haberle dedicado un poco de tiempo a
estos dos alumnos, me trajo excelentes resultados, puesto que se concentraron
en su trabajo, por un momento se despreocuparon de molestar a los demás, y se acercaban a preguntarme si
estaban realizando de manera correcta los ejercicios que les había
asignado. Un poco de atención de corazón
a corazón no de cabeza a cabeza, puede lograr grandes resultados.
Estoy consciente que aún me queda un largo camino
por recorrer, en cuyo proceso aprenderé de cada situación, como fue el caso de
esta jornada. Por lo pronto con esta experiencia me queda claro que existen
bastantes detalles por afinar, los cuales ya no me debo dar el lujo de seguir
cometiendo. Quizá el más importante por ahora es aprender a tener un mejor
control de la disciplina. En nada ayuda seguir llevando al aula las mismas
prácticas rudimentarias de control de clase. Ser una maestra que grita todo el
tiempo para que los alumnos guarden silencio no es una opción. Es de suma
importancia buscar dinámicas de control de grupo con las que se pueda
mantener en el aula un espacio de
armonía, respeto y trabajo.
La siguiente acción que llevaré a cabo será buscar
algún tipo de estrategia que me ayude a resolver el problema del tiempo, como
ya lo he citado con anterioridad, los niños llegan tarde después de su clase de
educación física, por lo que esto afecta mi clase no sólo en el sentido de un
tiempo que ya no se recupera, sino en estudiantes llenos de euforia que tienen
toda la energía para seguir charlando en clase. Esto por ahora lo puedo tomar
como un punto a mi favor si lo aprendo a
canalizar de la manera correcta.
Por otro lado he consolidado las actividades que
pongo en práctica cada jornada, y me he dado cuenta que muy pocos son los
riesgos que he tomado. Es tiempo de comenzar a ser más innovadora y creativa,
si en cada clase abordo temas como “el docente del cambio” o “el profesor
diferente”, entonces seré hacedora de dicha ideología.
Finalmente el adjetivo; buen maestro, no cabe en mis expectativas. Como
profesional de la educación aspiro al título de maestra fascinante, aquella que
desarrolle la sensibilidad para hablar con el corazón de los alumnos, que les
ayude a explorar su ser, que estimule
su creatividad, que llegue a ser una maestra inolvidable. Esto puede ser más
sencillo de lograr si siempre mantengo en mente aquella frase que citó hace un
tiempo Howard G. Hendricks, la enseñanza
que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a
corazón.
Bibliografía:
Zabala
A. (2000) Primera conclusión del
conocimiento de los procesos de aprendizaje: la atención a la diversidad. Barcelona:
Grao (p. 31- 37).
Levinson
B. (2000) Conflicto y Colectividad un
reporte desde la secundaria. Mexico: UNESCO (p. 202 -213).
Fullan
M. (2002) “El alumnado”, en los nuevos
significados del cambio en la educación. Barcelona: Octaedro (p. 177- 188).
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